Un recorrido por la historia de este invento, que cambió la forma de producir y movilizarse en el mundo.
La máquina de vapor consiste en un modelo de motor de combustión externa. El calentamiento de agua con inducción de formación de vapor permite la liberación de grandes alícuotas de energía térmica, la cual es reconvertida en mecánica por medio de un proceso que involucra pistones, bielas y manivelas.
Esta cadena de transmisión permite generar un movimiento de rotación que provoca la propulsión necesaria para hacer funcionar estructuras fabriles o distintos vehículos, incluidos locomotoras y barcos.
La primera máquina de vapor como tal, aunque muy rudimentaria, fue construida por el ingeniero griego Herón de Alejandría, que estaba afincado en el Egipto del siglo I. El aparato se llamó “eolípila” y sólo tuvo una utilidad recreativa, por lo que no se estudió ni mejoró nada parecido hasta 17 siglos después.
En 1606, el inventor español Jerónimo de Ayanz logró desarrollar y patentar otro modelo, orientado al trabajo en minas. Sin embargo, no logró demasiada difusión en la época.
La máquina de vapor moderna, tal como la conocemos, se remonta tradicionalmente a los prototipos de Thomas Newcomen, quien se dedicó a mejorar las pinceladas iniciales en este tipo de tecnología del también inventor inglés Thomas Savery. En esta época, las denominaban “máquinas de expansión”.
No fue hasta avanzado el siglo XVIII que apareció el escocés James Watt, quien perfeccionó los diseños y patentó el mecanismo en el año 1769. Gracias a este inventor, la Revolución Industrial experimentó el auge que posibilitó el gran impacto que supuso en la economía, la sociedad y la tecnología de la época.
La utilidad de la máquina de vapor se manifestó en el desarrollo que se produjo durante la Revolución Industrial en dos sentidos: facilitando el transporte de mercancías y personas a una escala hasta entonces totalmente desconocida, y permitiendo desarrollar motores en fábricas de dimensiones y potencias también sin precedentes.
De esta forma, la evolución de estos motores se fue dando principalmente durante este periodo histórico, ya que dependiendo de la utilidad que se le quisiera dar se le añadían ciertos cambios y mejoras orientadas a la actividad.
Para los procesos fabriles, el tamaño debía ser proporcional a la potencia que necesitaban y había grandes habitaciones donde se instalaban estas estructuras.
Sin embargo, en el caso de los vehículos la situación era más difícil: debían conseguir las menores dimensiones posibles, pero con la mayor fuerza. A lo largo de los años se fue perfeccionando, hasta su desaparición a finales del siglo XIX por la sustitución por los inminentes motores de combustión.
En definitiva, el agua ha cumplido un rol fundamental en el desarrollo productivo y vehicular del mundo, siendo el motor y causa fundamental de la Revolución Industrial que cambió la dinámica de la sociedad moderna por completo.
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